Se bajaron de la combi. Verlos caminar sin sentido y a la vez tan concentrados en lo que tenían que hacer, con sus propios hijos como máscaras de algo que durante todos estos años, creí y creo que se hace por obligación o necesidad, pura necesidad.
El aeropuerto de Bogotá estaba lleno, el único vuelo del día que salía
para México, partía a las once. Eran once menos cuarto.
Parecían camellos, literalmente camellos. No tenían otra función más
que transportar, llegar y seguir transportando. Pero ese día, ese día algo me
paralizó en el asiento del conductor. Tal vez fueron los pibes, tal vez los
años o tal vez la culpa que me generaba saber que mi Esteban sin ver esto,
también era mi víctima y él solo dormía en mi casa.
Fueron cinco minutos, en realidad para mi fueron cinco minutos. Empecé
a recordar el día en el que dejé de ser uno de ellos para ser el que maneja la
combi. Es como si después de un tiempo comenzás a aceptar que después de todo
eso es lo que te dará una mejor vida.
Te hacen sentir Dios, ni más ni menos, te preparan toda la noche, te
dan todos los gustos y entre eso también esa azúcar dulce que parece ser la que
te anima a todo. Sabes que es el momento más importante de tu vida y que de lo
que pase en las siguientes doce horas dependerá si sigues vivo o no.
Quizás es porque no tenés pibes, entonces pensás en vos y ver si con
esto podes salir un poco de la mierda en la que vivís, que no es más mierda que
esta mierda pero que no está piola.
Recordé ese día, cómo olvidarlo, cómo no verme bajando de la combi ese
día de verano a las doce en punto con el sol sobre mi cabeza. Entrás, es la
primera vez, creés que todos te miran, te perseguís y cuando llegás a los
controles ya no tenes olor a nada más que a colonia del miedo que sentís.
Ese día el problema estuvo al llegar, miré con odio y asco a los
vigilantes camuflados de buenos que dicen tener el control del orden pero en
realidad, son más mugre que vos, porque su jefe, es también tu jefe y eso los
hace la misma mierda.
Sentí que todo estaba saliendo demasiado bien, era un sueño y los
sueños, me dijo mi “nana”, se producen cuando estas dormido y yo, estaba más
despierto que bebé recién nacido.
-Ta termina- dijo Esteban, mientras caminábamos hacia la puerta.
-Tranquilo, estoy bien- fue lo único que me salió.
Mario no
hablaba; y sentí que presentía algo, el vago era de esos que te clavaba un
puñal en cualquier momento. A pocos metros de la puerta comenzó a correr. Con
Esteban nos miramos y lo seguimos. Parecía perderse entre la gente, los bolsos
y las maletas. Era inevitable ver como las gorritas camufladas se
multiplicaban.
-¡Nos vendió, Mario nos vendió!- gritó Esteban. Los putos ya sabían.
El corazón se me detuvo, el cuerpo me temblaba y la mirada… la mirada.
No recuerdo nada más, Esteban me hizo reaccionar de un empujón. Ahí reaccioné.
Las piernas parecían correr solas, solo intentaba escapar, el traidor ya había
desaparecido y con mi amigo o mi hermano seguimos corriendo y saltando bolsos.
Cuando logramos salir buscamos la combi. Nunca llegó. Ahí sentís que
no hay mas nada por hacer y será tu parte de principiante que te hace rendir
fácilmente. Por suerte vas con alguien que no rompería los códigos y lo último
que haría sería dejarte solo, aun así, teniendo que entregar su vida.
-Andate si no querés ser boleta- dijo mientras agonizaba.
-No te voy a dejar- le dije temblando y mirando para todos lados.
-¡Andate pendejo!- me gritó con voz ronca y con sus últimas fuerzas.
Lo abracé y
corrí hacia la gente. A Esteban le habían dado dos cuetazos, los hijos de puta
se lo habían llevado. Yo corrí durante media hora más hasta que encontré un
teléfono público.
Nos habían probado para ver quien zafaba, no se como pero yo zafé.
Llamé y me atendió el chofer: -¡Estas vivo “culón”!- desde ese día ese es mi
apodo, supongo que es porque terminé vivo. –Date vuelta- me dijo mientras se
reía. La combi estaba atrás mío.
Me sonó el handie. Volví. Sacudí la cabeza porque tenía la mirada
perdida, miré para la puerta y ya no estaban. Sabía que esa era la última vez
que los iba a ver.
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