martes, 19 de noviembre de 2013

Esa es la cuestión

La remera negra sostenía aun los rayos de sol que durante 43 minutos habían estado pegando en su espalda mientras esperaba que la fila alcanzara aunque sea un poco de sombra. El pantalón de color marrón había trabajado para ensuciarse de grasa y hacer juego con la remera y los borcegos, que acobijaban a un par de medias mojadas de sudor. El pelo húmedo brillaba luego de una larga lucha con el sol que inevitablemente había hecho transpirar la gorra.
Impaciente, nervioso, enojado, cansado. Cansado. Siente bronca e impotencia por no poder hacer nada, ¿esperar o no esperar? esa es la cuestión. El murmullo lo confunde y la indecisión lo mantiene quieto, ahí, dudando pero sabiendo que no hay ninguna posibilidad más que esperar.
El último jueves y viernes el banco no había abierto sus puertas por paro. El lunes fue un descontrol, más de 500 eran los números que alejaban a la gente cuando, después de sacar uno, miraba el tablero que llamaba. La fila para gestionar asignaciones, becas y planes tenía más de cien metros y el amontonamiento de gente en la puerta no dejaba salir a los de adentro pero cada uno de ellos dejaba salir sus cosas, sus preocupaciones, sus formas de actuar como aquellos “Pichiciegos” de Fogwill que solo actuaban ante la desesperación.
Hacía diez minutos que había entrado al Banco, aun le quedaban seis personas adelante cuando miró la hora en el celular y un guardia le llamó la atención. El “tin – tin – tun” del tablero retumbaba en su cabeza.
Acomodó la gorra:
-¿Galvan? – dijo el empleado.
- Si, yo.
- Haga una firmita acá, saque un número para poder cobrar y listo.
- ¿Esa cola? Loco hace cinco días que no puedo tramitar la tarjeta, ahora me decís que tengo que hacer la cola, tengo como 400 números adelante y en veinte minutos tengo que llevar al pibe a la escuela, estoy sin guita, no me podés decir “y listo”.
No aguantó, no pudo. El cansancio, las obligaciones, el calor, la plata; la falta de plata. Eran pasadas las doce y el sol comenzaba a calentar las paredes del gran Banco Nación.
-Para… tranquilo macho – le respondió el viejo empleado que trataba de tranquilizarlo con voz baja, como si tomando un poema de “Paco” Urondo decidía ayudarlo y transmitirle calma – hace una cosa, hablá con el seguridad, decile que te mandé yo, que te pongo en aquella fila que hay tres personas. No saques número.
Se movió la gorra y dejó entrever el pelo oscuro que seguía mojado. Como con vergüenza dijo un gracias tímido y fue hacía el guardia.
Afuera, la cola doblaba la esquina.